El día de ayer se estrenó una película original de Netflix titulada I Am the Pretty Thing That Lives In The House (Yo soy la cosa bonita que vive en la casa). Un título largo que evoca a la obra literaria de Shirley Jackson (autora de "The Haunting of Hill House", "The Lottery" y "We Have Always Lived In the Castle") y a la tradición del cine gótico italiano. El título no solo señala sus dos influencias principales, sino que establece la construcción narrativa de la cinta: El “Yo soy" nos avisa el uso constante de la narración en primera persona, pues la mayoría de los parlamentos de la película los escuchamos en una narración lírica de dos (quizás hasta tres) personajes femeninos. El adjetivo de “la cosa bonita" se aplica a Lily (Ruth Wilson), una introvertida y nerviosa enfermera que ha sido contratada para cuidar a la anciana escritora de novelas de terror y misterio Iris Blum (Paula Prentiss en el presente, Erin Boyes en los flashbacks de juventud y de apariencia similar a Shirley Jackson) y a Polly, el espectro victoriano que protagoniza la novela más célebre de Blum, The Lady In the Wall (La dama en las pared) y que, desde la primer toma, se nos avisa que vive en la casa del título. La casa en cuestión es del estilo colonial, una bella y sencilla construcción blanca, de madera y dos pisos, cuyas ventanas grandes dejan entrar la luz y dejan entrever la soledad nocturna de la floresta fuera de la casa. Este es el único escenario de la cinta. Nosotros nos saldremos de este espacio y, desde los primeros lánguidos minutos, queda claro que nuestros personajes son prisioneros de la misma.
La película fue escrita y dirigida por Osgood “Oz” Perkins, hijo del legendario actor Anthony Perkins. Oz Perkins también siguió los pesos de su padre (su papel más conocido es el del amigo ñoño de Reese Whiterspoon en Legalmente rubia) para eventualmente dirigir su primer película, February, la cual se estrenó en el Fantastic Fest de 2015, pero cuyo estreno comercial se ha postergado por un año y medio (aún no cuenta con fecha de estreno exacto, pero la esperamos este 2017 bajo el título The Blackcoat’s Daughter). Con Yo soy la cosa bonita… corrió mejor suerte, pues Netflix se encargó de financiar y distribuirla. La visión de Perkins respecto a esta película siempre fue minimalista en todos los sentidos. Hay ocho actores en total durante toda la cinta, la casa es la única locación y los diálogos son pocos. Todo esto para construir un cuento de fantasmas de carácter poético que prefiere explorar con sus imágenes y palabras el concepto de la muerte y como aún las jóvenes más bellas sufren los estragos de la putrefacción. De manera aún más conmovedora, las presencias fantasmales son tratados como huellas vivientes que se adhieren a la esencia de la casa. “Cuando hay una muerte en una casa, los días pasan más rápidos”, se nos dice. Y en dos ocasiones se afirma que cuando alguien muere en una casa, ya no es posible que los vivos renten o compren la propiedad…solo la obtienen prestada de los muertos.
Ruth Wilson, como protagonista principal y testigo de los
hechos, es un personaje interesante. Aunque es enfermera, su carácter nervioso,
remilgado y asustadizo crea la atmósfera de tensión que ya ha sido establecida
por los demás elementos. Wilson dijo que estudio a las princesas de Disney (en
especial a Cenicienta) para caracterizar a Lily, y se nota. Su tono de voz y
acento (un tonito de clase alta, suavecito y levemente chipilón) y su renuencia
a leer alguno de los libros de la anciana a la que cuida nos señalan a una
pobre chica que se encontrará presa del pánico a la menor provocación. Paula
Prentiss habla poco como Iris Blum, pero su monologo más extenso sobre la
desdichada suerte de “ustedes, las jóvenes bellas” es hipnótico (y con ecos del
“Este que ves, engaño colorido” de Sor
Juana). Bob Balaban nos deleita con su presencia como un abogado enigmático.
Yo soy la cosa bonita que vive en la casa pertenece a
la vertiente del terror actual del “slow burn”, donde una atmósfera opresiva y
la tensión constante de que “algo” aparezca en alguna esquina o debajo del
marco de una puerta es más importante que los sustos catárticos (esto es
ayudado en gran parte por el soundtrack discordante de Elvis Perkins, hermano del director). La bruja, El
babadook, Está detrás de ti y las películas de Ti West son los mejores
ejemplos de esta corriente que favorece situaciones y finales ambiguos y la
exploración de temas esenciales sobre las relaciones humanas en vez de explotar
las convenciones del cine de terror moderno establecido (el gore, los sustos
repentinos, los fantasmas deformes, lo grotesco, los ruidos tramposos, etcétera).
Vale la pena advertir que a medio camino de la película uno se comienza a
percatar de que el misterio de la casa (y de la trama) no será plenamente
explicada y de que el final causará más preguntas que respuestas (por mi parte,
el único pero es que la estancia de Lily en esa casa tenga una duración de once
meses. Creo que es una duración muy larga que no se siente en la historia, al
menos de que haya un significado oculto que se me escape). Para los amantes del terror estándar, Yo soy
la cosa bonita… será una decepción. Pero para los que les gusta una buena
historia de fantasmas y las películas de carácter poético o literario (y que
provoquen muchas teorías sobre su significado), Yo soy la cosa bonita… se
presenta como una de las películas de
terror más interesantes del año. Es una película donde una cocina incómodamente
grande (junto con la chaqueta color mostaza de Lily, el color y el tamaño de
los sets son evocativos del estilo de Mario Bava), una mirada directa a la cámara,
una voz fantasmal que susurra una declaración tajante, una silla colgada en la
pared, un reflejo en una pantalla de televisión y un espectro que deambulo en un plano oscuro son suficientes para crear desasosiego y una contemplación
sobre la fragilidad de la vida. 9/10.