"Los musicales están casi
extintos y el jazz es un género muerto". En forma parafraseada eso fue lo
que ejecutivos le dijeron a Damien Chazelle cuando les mostraba un libreto que
había escrito, un proyecto que lo apasionaba. No encontró ninguna compañía
interesada en financiar una idea con tanta carga "muerta",
especialmente viniendo de un realizador novato. Para no quedarse con las ganas,
Chazelle debutó con un musical de bajo presupuesto y en blanco y negro llamado Guy and Madeline on a Park Bench. Un par
de años después, su película Whiplash arrasó con todos los premios
entre 2014 y 2015. El éxito de Whiplash aseguró dos cosas para Chazelle:
que su siguiente película recibiría luz verde inmediata y que el público estaba
dispuesto a escuchar a personas tocar, discutir y vivir el jazz.
¿Que cuenta la historia que tanto
sueño le quitó a Chazelle en sus años neófitos? Es una historia familiar tanto
para espectadores como para los que han vivido la experiencia en carne propia:
dos jóvenes, él y ella, que viven en Los
Ángeles (conocida afectuosa y peyorativamente como La La
Land...alusión a que es una ciudad de "mentira"--es decir
ilusiones, mercadotecnia y fantasía--y también a que las personas que emigran
ahí son personas que viven en las nubes y sueñan imposibles...y de paso, una
referencia a la naturaleza musical de la película) porque buscan lograr sus
sueños artísticos. Ella es Mia, proveniente de Boulder City, Nevada, quiere ser
actriz desde que era pequeña; él es Sebastian, un pianista talentoso que vive
por el jazz y cuyo mayor deseo es comprar el club donde solía trabajar y hacer
que el jazz se mantenga vivo en ese espacio. Ambos se conocen, al principio no
se caen bien pero el tiempo, la química y el conocerse más los lleva a
enamorarse profundamente y apoyarse mutuamente con sus sueños. La añoranza del
éxito y la felicidad es lo que provoca las escenas de canto y baile: los
angelinos bailan tap sobre los techos de sus carros durante un embotellamiento,
las tradicionales fiestas en Beverly Hills culminan en saltos sincronizados en
albercas y los diversos parajes de Los Ángeles son el escenario principal donde
los amores se manifiestan con bailes a la usanza de Gingers y Astaire.
Pero los detalles son más
importantes que el todo. La música de la película está influenciada más por el
jazz, el swing y ritmos latinos que por las orquestas y los teatrales a los
acostumbrados. La La Land es un musical plenamente original, pues
además de no estar basado en una producción, tampoco toma como fuente alguna
obra literaria (como "Los miserables" o "El fantasma de la
ópera") que le otorgue una dimensión épica. Esta es una historia de amor
moderno en un contexto urbano y con personas que buscan el éxito con el uso de
sus habilidades. Ahí la elección de Ryan Gosling y Emma Stone como
protagonistas, neófitos en el canto y en el baile, evocando a películas
musicales previas donde los cantantes y bailarines son amateurs (véase: Los paraguas de Cherburgo y Todo mundo dice te quiero) y por
lo tanto sus canciones son más efectivas como manifestaciones de sus emociones
y pasiones. Stone tiene una voz tradicionalmente bella que afina las
sensibilidades naturales de su personaje, mientras que el registro inferior de
Gosling le añade una sensibilidad introspectiva que su personaje carece en su
faceta hablada, puesto que tiende a ser arrogante. En su tercer mancuerna como
pareja fílmica, Gosling y Stone refuerzan una vez más el hecho de que son una
pareja excelente, luminosos en apariencia, pero con una calidez y porte que los
mantiene humanos. La gran hazaña de la película es que logra que me interese
ver el desarrollo de una relación romántica del siglo XXI (las películas de
amor moderno son mi tercer sub-género menos favorito, después de las películas
de desastre y las películas de gore y tortura extremas) Cuando el clímax
emocional de la película llega, se siente redondo y satisfactorio, aunque con
una sazón agridulce que conmueve en vez de frustrar.
Al principio de la película me
tomó un tiempo ajustarme a su realidad, no porque fuera un musical (he visto
docenas de esos desde que tengo memoria). Mi problema inicial fue ajustarme a
ver algo extraordinariamente cinematográfico con algo cotidiano (una ciudad
reconocida, una historia de todos los días, una relación como miles) en estos
tiempos donde parece que nada nos puede sorprender. Pero después de un rato, la
magia surtió efecto. Los musicales hollywoodenses surgieron después de la Gran
Depresión y la Segunda Guerra Mundial, como una respuesta artística ante la
destrucción y la desolación. En estos momentos inciertos, es bello tener una
experiencia familiar pero embarnecida por elementos más bellos. Dos días
después de verla, escucho la banda sonora de la película en YT, tarareo los
temas ("City of Stars", más que ninguno), recuerdo con maravilla el
baile en el embotellamiento (el cual esconde tres cortes, pero parece de una
sola toma), el uso de los colores vibrantes, el estilo de montaje muy de los
50's (¡hasta fue filmada en formato de Cinemascope!) y lamentó haberme perdido
(por salirme en un momento mal planeado) una escena importante donde nuestros
personajes bailan sobre las estrellas. Entre más tiempo transcurría, más me
gustaba La La Land y en estos dos días recuerdo con una sonrisa
algunos momentos específicos y siento un nudo en la garganta recordando otros.
Es cierto que aún así la película no es un !0" completo y quizás necesitaba ir más alla de la trama básica de sus dos personajes (y además, a veces la película es demasiado eficiente). Pero al final de cuentas, Sebastian resume uno de los temas de la película cuando dice que Los Ángeles es
una ciudad que "venera todo, pero no valora nada". Aquí una película
que valora muchas cosas: el pasado, el jazz, el deseo de triunfar, el amor que
desdeña encadenar al amado, la alegría de vivir, cantar y bailar. La mejor
forma de ver la película es dejándose llevar por este mundo similar al nuestro,
pero más mágico, como a veces lo percibimos cuando el mundo parece impulsarnos
o sonreírnos. 9/10