jueves, 15 de marzo de 2018

The Death of Stalin ("La muerte de Stalin", Armand Ianucci, 2017, Reino Unido)





El totalitarismo por naturaleza se presta a la comedia del absurdo. En un sistema autocrático, la realidad se ajusta a la voluntad del dictador y su régimen, por lo que la alteración de la historia, los protocolos represores, la construcción de una sociedad de delatores y la tensión diaria y constante de cometer alguna falta, por pequeña y absurda que parezca, que le cueste la vida o la libertad al "infractor" son elementos que han sido explorados y explotados por escritores y comediantes desde la antigüedad hasta nuestros días. El régimen soviético bajo Stalin es, quizás, el más efectivo y característico de este tipo de sistema autocrático, sembrador de paranoia y manipulador de realidades. Armando Ianucci, el brillante libretista de la comedia política actual, gracias a las series The Thick of It and Veep, y la película In the Loop, recrea las convulsiones políticas que acontecieron tras la muerte del Hombre de Hierro en su brillante película La muerte de Stalin, una de las mejores comedias de la década.

Es 1953 y gracias al siniestro jefe de la policía secreta, Lavrenti Beria (Simon Russell Beale) y a una atmosfera de paranoia constante, Stalin (Adrian McLoughin) domina las vidas y voluntades de toda la Unión Soviética. Los principales miembros de la junta directiva del partido (o Politburó) en ese momento son Beria, el secretario del partido comunista Nikita Khrushchev  (Steve Buscemi), el asistente director del comité Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor) y el secretario de relaciones extranjeras Vyacheslav Molotov (Michael Palin). Estos hombres mantienen una relación de servilismo hacia el dictador, quien, por sus pistolas, los reúne en juntas a altas horas de la madrugada en su dacha (casa de campo) y prácticamente les ordena a que se queden a ver una película de vaqueros, aun cuando estén cabeceándose y el mismo Stalin este trabajando en su oficina. Khrushchev , como ritual de todas las noches, le cuenta a su esposa cuales fueron los mejores chistes que divirtieron a Stalin, para saber que decir o que omitir en próximas reuniones.

Stalin sufre una hemorragia cerebral tras leer una nota de la pianista Maria Yudina (Olga Kurylenko), quien lo condena por sus crímenes y traición a Rusia. El Politburó, a través de una acrobacia mental impresionante, dilata en atender medicamente a su líder, esperando su próxima muerte. El hecho de que los mejores doctores de Rusia actualmente se encuentren en los gulags debido a un supuesto complot por parte de la comunidad médica facilita las cosas. Ni tardos ni perezosos, los líderes rusos comienzan sus maquinaciones politicas. Beria cancela la última lista de la purga estalinista y establece nuevas reformas, para furia del auténtico "reformador", Khrushchev , quien ahora debe convencer a sus compañeros del Politburó de apoyarlo a él para destruir la influencia del sádico Beria. Malenkov, por su parte, asume la presidencia del Politburo y se convierte en títere de Beria, ya que es un hombre incompetente, vanidoso, neurótico y torpe en todos los aspectos, más preocupado en conseguir la mejor ropa para los eventos y fotografías oficiales, o en encontrar a una niña que apareció con Stalin durante un evento público hace años para así demostrar "continuidad". Mientras tanto, los hijos de Stalin, la devota y sobria Svetlana (Andrea Riseborough) y el paranoico, tonto y alcohólico Vasily (Rupert Friend), son reconfortados o controlados por los demás hombres. Y todo esto acontece antes de la llegada del mariscal Zhukov (Jason Isaacs), el líder el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, osado y lleno de confianza en sí mismo, y ansioso por pelear con quien sea.

Ianucci comprime una serie de eventos que acontecieron a lo largo de unos meses, haciendo que la acción narrativa suceda en cuestión de días. Esto no es solo una libertad dramática, pero un recurso que formaliza a La muerte de Stalin como una comedia de errores, una farsa hilarante. Los políticos soviéticos traman y maniobran con rapidez y agilidad, pero con mucha torpeza de por medio. Ianucci es un maestro de la sátira política principalmente porque desnuda los protocolos y los maquillajes institucionales para demostrar cómo el mundo de la política es como cualquier otro ambiente de competencia laboral, con seres humanos repletos de vicios y mezquindades, deseosos de alcanzar el poder para salvaguardar intereses, sin importarles el destino de la ciudadanía. Los diálogos de Ianucci son celebres porque son brutales, ásperos, concisos e hilarantes. Sus personajes son artistas de la grosería, pues espetan frases tajantes que son puntualizadas con creativos insultos o usos certeros de las palabras altisonantes. 

El mundo del autoritarismo soviético es un mundo carnavalesco. Bajtín, víctima de Stalin, debió tener muy presente a Stalin y compañía cuando formalizo sus teorías. Ianucci hace una representación perfecta de esta sociedad terrorífica. No minimiza las ejecuciones en masa, ni los arrestos colectivos, ni la alteración de la historia, ni la represión de la libertad individual y colectiva: hay tintes de humor macabro en estos momentos, pero estos son tratados con el debido respeto. Pero la violencia y la opresión son parte del mundo bufonesco que se ha construido en esta sociedad. La muerte de Stalin demuestra un brillante trabajo de transliteración: para empezar, los actores (ingleses y estadounidenses) no adoptan acentos rusos, sino que preservan sus acentos nativos (o, en el caso de Isaacs, adopta la variante regional de Yorkshire para su personaje) y esto contribuye a la misma construcción de sus personajes: el acento neoyorkino en Buscemi apoya su caracterización de Khrushchev  como un astuto manipulador que sabe improvisar ante las circunstancias, y ese mismo acento le da a Tambor su característica personalidad de neurótico intransigente, de un hombre que quiere dominar, pero siempre se encuentra a punto de desmoronarse. La transliteración de la película también acerca más al espectador a los eventos de la película y a la psicología de los personajes: sus diálogos, de carácter británico-americano contemporáneo, no solo son la principal herramienta humorística, sino que posibilitan un mejor entendimiento del momento histórico que muchas películas de época más "serias". La muerte de Stalin es, entonces, reconstrucción de una época, sátira política y parodia del drama histórico moderno.

La película es una joya de la comedia. Existen demasiados ejemplos para mencionar, pero vale la pena señalar ciertos elementos específicos: el elemento Pythonesco de la película es reforzado por la presencia del maravilloso Michael Palin, como el veterano Molotov, quien ha adquirido una cobardía pragmática frente a Stalin, al grado que sigue creyendo que su esposa es una traidora al régimen, a pesar de las aclaraciones de Beria y Khrushchev ; Palin también emite un monologo que es un brillante ejemplo del "doblepensar" que Orwell señaló como marca esencial del totalitarismo en muchas de sus obras, incluyendo 1984. Los artilugios de Buscemi como Khrushchev  incluyen truncos intentos de cambiar de posición con Malenkov mientras velan a Stalin, pretendiendo que es parte de la ceremonia, una buena representación del humor carnavalesco y desacralizado de la película; otros secretarios del Politburó hacen piruetas similares y una buena parte del humor es como las amenazas explícitas de asesinato en ocasiones tratan de taparse como si fuesen sencillos reclamos entre "camaradas".

La muerte de Stalin es la comedia más completa que he visto de 2017, y de muchos años previos. El lado oscuro del mundo representado en la cinta siempre está presente, y el final de la trama es un momento macabro y aterrador que culmina en súplicas tremendas y ejecuciones sumarias. Pero aún ese momento final es una extensión natural de la comedia del estalinismo que Ianucci y sus actores han representado brillantemente. En los tiempos actuales somos testigos diarios de un circo-carnaval con tintes autoritarios que lo mismo ultraja que causa risa o incredulidad. La muerte de Stalin no es entonces solo una comedia negra, sino un espejo hacia al pesado con chistes contados entre balas y desapariciones.





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