sábado, 15 de abril de 2017

Lo Que Pedro Infante Significa Para Mí





Crecí en un pueblo en donde las distinciones de época eran prácticamente invisibles. Aunque mi niñez transcurrió durante la década de los 90, la presencia constante y activa de personas de generaciones previas mantuvo su influencia sobre mi percepción de la vida. Aún vivían tres de mis cuatro bisabuelas, mujeres cálidas y de mentes despabiladas que nacieron en el transcurso de las primeras tres décadas del siglo XX. Fueron las últimas hijas del México revolucionario, y testigos del México en transición a la modernidad. Cuando íbamos a visitarlas a sus casas, me fascinaba tomar de su rico café con leche, comer galletas y tocar los muebles viejos de sus casas. Mis padres platicaban con ellas, usualmente las noticias recientes de la familia y de sus comunidades, pero también recordaban cosas que habían pasado hace muchos. Yo escuchaba todas estas conversaciones. Fusionadas dentro de una sola plática, en mi mente no existía diferencia entre nombres y sucesos que me resultaban familiares y los recuerdos de personas, momentos y lugares que nunca habría de conocer.

Fue gracias al cine mexicano que comencé a descubrir la diferencia. Aunque disfrutaba jugar solo en el patio de mi casa, prefería sentarme a ver la televisión, especialmente durante la mayoría de los días asoleados, calurosos y llenos de tierra que caracterizan la existencia de todos aquellos que crecimos en alguno de los desiertos de Sonora. Durante mi temprana infancia, solo tenía acceso a dos canales: Telemax y el Canal de las Estrellas (el Canal 5 eventualmente aparecería en la señal de antena). Con frecuencia, no había nada que ver, pero siempre había algo que capturaba mi atención. Indiscriminadamente veía de todo: programas educativos infantiles, documentales de ciencia filmados y narrados de manera seca, el programa de pintura con el pacífico Bob Ross (me llamó menos la atención su afro que el hecho de que se oía una voz en inglés debajo de la voz en español...pero su habilidad de pintar bellos paisajes en menos de media hora me impresionaron mucho, sobre todo porque me costaba trabajo trazar con crayones sin salirme de las líneas), un grupo selecto de caricaturas, las noticias, "Siempre en Domingo", las telenovelas...y más que nada películas. Telemax ofrecía una selección disparatada y variada de cine de arte europeo, películas estadounidenses de serie B y C, mini-series prestigiosas y alguno que otro éxito crítico y popular. Pero fue en el Canal de las Estrellas, principalmente durante los fines de semana, que me adentré a un mundo raro, que a la vez me resultaba familiar. En este mundo, todo era en blanco, negro y gris. Las personas vestían algo diferente a lo que acostumbraba ver: se usaban trajes con corbata, vestidos largos y entallados, trajes de charro o calzón de manta. Se paseaban más en caballos que en coches. Y los paisajes eran diferentes. A veces, parecía que vivían en un desierto similar al mío, pero en otras ocasiones parecía que tenían mas pasto y arboles. Solo así se podía explicar el hecho de que usaran toda esa ropa tan molesta, pues no debían de sentir el calor que normalmente sentía yo.

No podría nombrarles el título de alguna película en especial que recuerde de esas primeras experiencias, pero si les puedo decir que me llamaban más la atención las películas de rancho. Las películas de ciudad las aprendí a identificar rápidamente, porque eran las que más me aburrían. Casi todas las escenas tomaban lugar en habitaciones muy similares entre sí, con largas conversaciones, y desde chico me percaté de la existencia del ritmo narrativo. Además, las personas de ciudad siempre tenían problemas que se me hacían aburridos: se gustaban, pero por alguna razón u otra no podían juntarse como mamá y papá. En cambio, las películas de rancho me divertían mucho y tenían historias que entendía. Me gustaban los personajes de esas películas porque hacían y decían cosas muy chistosas, o eran muy valientes y buenos. Además, los escenarios se asemejaban a los pueblos que conocía  y me imaginaba que historias como esas podían pasar en esos lugares conocidos por mí...y tal vez habían pasado.

Con la costumbre y la familiarización, comencé a distinguir a los actores que aparecían en varias de las películas. Se volvieron conocidos míos y les tomé la misma estima que sentía por las personas que formaban parte de mi comunidad. En particular, había dos actores que sobresalían más que todos. Una era Sara García, la amorosa pero ruda abuelita que me recordaba en gesto, palabra y entonación a mis bisabuelas y abuelas. Verla en pantalla era divertido, porque era como verla imitar de manera exagerada a esas mujeres queridas. El otro actor era Pedro Infante.




No sé que factores me llevaron a admirarlo a él sobre todos los demás protagonistas de otras películas. No se si era algo en su semblante, siempre sonriente y siempre con las emociones a flor de piel, o en su forma tan clara de decir las cosas, o si era el hecho de que los personajes que interpretaba causaban un gran interés. Lo cierto es que al tiempo descubrí que si Pedro Infante salía en la película tenía que verlo. Cuando veía empezar una película en blanco y negro en la tele y él no aparecía sentía una gran decepción. En cambio, si veía su nombre en los créditos y cambiaba de canal y me topaba con algunas de sus escenas, me quedaba viendo sus películas. Recuerdo fragmentos de escenas: su sobrecogedora crisis emocional cuando se encierra en un cuarto con el cadáver incendiado de su hijo "Torito" en Ustedes los Ricos quedó cincelada para siempre en mi mente. Ese momento cumbre de la cinematografía mexicana cuando recuerda a Torito en flashbacks que se sobre imponen en el presente, mientras ríe recordando las travesuras y payasadas del pequeño, solo para transformar sus carcajadas en un llanto animal y enloquecido es una de las representaciones más desnudas y brutales que he visto del impacto mortal de una tragedia en la vida de un hombre. Ver a un adulto llorar de tal manera, enloquecida y sin atavismos, me impactó. En  mis tiernos añitos aún no terminaba por distinguir entre "actor" y "personaje"; aún veía películas pensando que estaba viendo una realidad, un documental de algún suceso extraordinario que había ocurrido en lugares lejanos al mío. Pero Pedro Infante fue uno de mis primeros instructores en diferenciar realidad y ficción. Y más impresionante fue reconocer que alguien pudiera llegar a "jugar" (porque para mí, y creo que muchos, la actuación esencialmente es un juego) a que es un hombre que sufre de una manera tan brutal.

Recuerdo más vívidamente  cuando, estando en casa, mi mamá y sus hermanos prendieron la tele para ver una película que a todos les llamaba la atención: Los Tres García. García es la familia de mi madre, la cual consta de tres hermanas y tres hermanos. Naturalmente, la diversión de todos al ver la película era asignarle un personaje de entre los tres primos de la película a uno de los hermanos de mi madre. Uno tenía que ser el García rico y refinado, con aires de arrogancia, interpretado por Víctor Manuel Mendoza (ese lo asignaron a mi tío mayor). Otro tenía que ser el primo pobre pero honrado, de carácter mercurial, interpretado por Abel Salazar (por default, ese tenía que ser mi tío más joven, el único lampiño de los tres, como Abel Salazar, pero sin el temperamento peleonero). El primo parrandero, mujeriego, carismático y borracho interpretado por Pedro Infante recayó en el hermano de en medio, quien compartía con él su gran facilidad para los chistes y la simpatía de las personas, además de un fino bigote.

La película es sumamente divertida. Los tres primos parecen tenerse un odio extraordinario que solo es frenado por las amonestaciones de su abuelita (Sara García, claro) y por el sacerdote de su pueblo. Pero sus choques se acrecientan con la llegada de su güerita prima México-americana (Marga López, uno de mis primeros crushes del cine clásico mexicano) por la que los tres compiten. Para acabarla de amolar, tienen como enemigos jurados a los tres hermanos López, matones despiadados. La forma en la que está historia es contada se hace con un agilidad e ingenio cómico visual que a veces parece anticipar los aspectos juguetones de las nuevas olas de cine, todo cortesía de Ismael Rodríguez, hombre importante en la vida de Infante y la mía que merece ser mencionado aparte. Cuando terminamos de ver la película, los comerciales anunciaban una secuela Vuelven los García, en donde la abuelita es herida de un balazo por otro de los López en una escena trágica. Aunque no pierde el toque humorístico de la primera parte, Vuelven los García es más triste, pues la muerte de la abuela envuelve de tristeza a toda la película y lleva a que el personaje de Pedro se pierde en el alcohol y la ira. La escena del entierro, cuando los tres primos cantan "Mi cariñito" al ataúd de su abuela mientras desciende en la fosa, me arranca lágrimas hasta estos días.

Comparto esta anécdota en particular porque, además de ilustrar la estrecha relación que el cine puede tener para retratar y explicar nuestras vidas y sentimientos, ejemplifica una de las razones por las que Pedro Infante pervive no solo en mi memoria, sino en el corazón de varias generaciones que no nacían cuando murió hace 60 años. Su registro actoral a lo largo de 60 películas es impresionante, no solo en cuanto al "tipo" variado de papeles que asumía (carpintero, bandido, soldado patriota, criminal de carrera, oficial de la ley, heredero de una familia de abolengo, obrero urbano, ranchero trabajador, vagabundo, sacerdote, compositor renombrado, alcohólico sin oficio ni beneficio, maestro de historia, etcétera...mestizo, criollo, indígena, mulato,  español...norteño, sureño, defeño, sinaloense, regiomontano, tapatío, jarocho, chilango, y más etcéteras) No había acento regional que no manejara hábilmente, o estrato social y profesional con el que no se moviera con facilidad. Esta habilidad camaleónica de ajustarse naturalmente en todos estos ámbitos es rara en nuestro país debido a lo anquilosado de nuestro paisaje socio-económico, y difícil para muchos actores que solo manejaban, a lo mucho, dos tipos. No así con Pedro. Su maleabilidad iba más allá, asumiendo todos los roles masculinos de nuestra sociedad: padre, hijo, hermano, sobrino,  tío, primo,  padrino, ahijado, cuñado, esposo, novio, amante, pretendiente, amigo, compadre, maestro, estudiante, compañero y líder. Que se diga de los géneros: comedia, melodrama, biografía, histórica...

¿Que alquimia poseía Pedro Infante? Nacido en un pueblo en los alrededores de Mazatlán, el 18 de Noviembre de 1917, tuvo poca instrucción básica y nula instrucción profesional. No estudió actuación en escuela de artes escénicas. Su extraordinaria voz no fue afinada en conservatorios ni academias. De extracción humilde en uno de los estados más agrestes y semi-abandonados del centralismo mexicano, llegó a la capital con su primer esposa, poco a poco accedió a mejores papeles y oportunidades musicales. Su camino no fue fácil. Llegó a la Ciudad de México a finales de los 30, tuvo su primer protagónico en 1943 y finalmente despegó (actoral y musicalmente) a mediados de los 40. Pero vaya despegue. Trabajó con buena parte de los directores más notables de la época (Rodríguez, Emilio Fernández, Rogelio González, Miguel Zacarías, René Cardona, entre otros) y compartió escenas con divas, divos y actores veteranos, inclusive algunos que lo intimidaban al principio (tuvo mucha reticencia en actuar con Sara García o Fernando Soler, porque respetaba mucho su talento y se consideraba poca cosa como compañero). Sin embargo, estos actores terminaron siendo sus maestros y cómplices. El carisma innato de Infante, su capacidad de memorización y la manera natural con la que matizaba sus diálogos y canciones con diferentes emociones lograron hacerlo una estrella. Combinado a esto, en su vida pública mantuvo una imagen de humildad y agradecimiento frente al público y sus colegas, además de impulsar uno de los primeros movimientos de vida sana a través del deporte y el fisiculturismo.




Mucho he hablado de Infante Actor, y poco de Infante Cantante. Poco después de ver las películas de Los Tres García, y Los Tres Huastecos (mi favorita de sus películas, parcialmente por lo fascinante que resulta verlo actuar en partida triple con personajes tan disimiles) me topé con un casete de éxitos al cuál prontamente y sin piedad escuché hasta el cansancio. Tenía mis favoritas que siempre rebobinaba. Desde chico, me había llamado la atención la música de "antes" por el sonido de los instrumentos, la belleza de los arreglos, lo bonito que sonaban las letras y las voces que las cantaban. Cuando escuchaba a Pedro cantar, estas sensaciones se incrementaban debido a un elemento particular de su voz que le ayudo mucho en sus actuaciones: podía interpretar cada palabra con tonalidades variadas. Su registro vocal era muy bueno y su voz tenía una suavidad muy placentera, pero el chiste es escuchar como se ingenia para ir del desprecio más oscuro hasta la tristeza más profunda (y vice versa) en "Fallaste Corazón", o como pinta con picardía y humor contagioso los estrafalarios eventos de "La Tertulia", como demuestra el amor y cariño más desnudos y puros en "Amorcito corazón", "Mi cariñito", "Despacito" o "Cien años". Estira las vocales juguetonamente, dice palabras como "vitrola" con suspiros sensuales y susurra declaraciones de lealtad eterna con una convicción que casi todos hombre carece.

Con todos estos elementos logró conquistar el corazón de tatarabuelas, bisabuelas y abuelas, y logró el respeto y admiración de tatarabuelos, bisabuelos y abuelos. Las mujeres lo querían y los hombres querían ser él. Ese culto a Pedro sobrevivió al mismo hombre. Cuando descubrí las trágicas circunstancias de su muerte (a los 40 años cerrados, cayendo del cielo), sentí mucha tristeza. Pero más me impresionó como alcanzó la inmortalidad de manera instantánea. Su funeral es uno de los más grandes en la historia del país, y fue llorado por millones. Y sin embargo, corrían los rumores de que "Pedro Infante no ha muerto". Como el Rey Arturo y otros héroes legendarios de naciones europeas, México tuvo su propio héroe inmortal, alguien que no había muerto en las circunstancias que se decía y que andaba por ahí (según los rumores y las historietas) vagando por el mundo, apareciéndose esporádicamente en taquerías y teatros, como si esperara el momento justo para regresar y restaurar la paz y el orden a la nación.

La leyenda de Pedro Infante es la razón de su trascendencia. Cuando vivía, no había papel o género musical que no dominara. Por eso, cada espectador tiene películas y canciones de donde escoger como predilectas. Y aunque pertenece a una época diferente a la nuestra con todo y las diferencias sociales, parece que varios aspectos de su persona pertenecen a la nuestra. Sí, personificaba al ideal masculino mexicano tradicional, peleonero, mujeriego y patriarcal, pero al mismo tiempo interpretó a personajes que ponían en tela de juicio algunos de estos valores (véase "La oveja negra" y "No desearas la mujer de tu hijo") y se permitía hasta jugar con guiños cordiales sobre su propia identidad masculina (véanse "A Toda Máquina", "¿Que te ha dado esa mujer?" y "Pablo y Carolina"). Es protector y proveedor, sí, pero también es pícaro y payaso. Los cambios generacionales solo ayudan a enfatizar ciertos elementos. Los jóvenes ven en Pedro un reflejo de sus abuelos y padres, pero también reflejos de ellos mismos como hijos, amantes y trabajadores.

Con Pedro conocí muchas cosas. Tuve mis primeras educaciones sentimentales gracias a sus canciones y a sus películas. Con él comprendí y me enamoré del pasado no tan lejano que le tocó vivir a mis padres y abuelos. Gracias a él, conocí nuevas causas para amar a mi país y más veredas para tratar de conocerlo. Gracias a él, tengo un héroe norteño-sinaloense a quien admirar. Gracias a él, aprendí que para ser hombre es necesario ser valiente, trabajador y derecho, pero sin dejar a un lado la ética, la lealtad, el sentido común, el honor y hasta la actitud infántil y alegre. Pedro, más que muchos, es un referente de vida, trabajo y pasión que siempre tengo presente.


Y si vivimos cien años, cien años pensaremos en él.


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