viernes, 28 de diciembre de 2018

NETFLIX: Outlaw King ("El rey forajido", David McKenzie, Reino Unido, 2018)






Una de las sagas históricas más emocionantes y dignas de contarse es relatada en la película de David McKenzie, The Outlaw King (“El rey forajido”). McKenzie demostró tremendas aptitudes como director tanto de acción como de drama cotidiano en Hell or High Water, habilidades que le sirven de maravilla en esta película que recrea pasajes históricos con su dimensión humana y épica de igual manera. Sin tener un libreto tan pretencioso y preponderante como el que escribió Tyler Sheridan en su película previa, McKenzie se explaya a lo grande contando la historia de Robert Bruce, el héroe nacional más grande de Escocia, quien desafió la tiranía de Eduardo I para garantizar la independencia de su patria.

Los nobles de Escocia, tras una fallida rebelión, le rinden pleitesía y juramentos de lealtad a Eduardo I “Piernas Largas” (Stephen Dillane), quien aplica misericordia sobre sus nuevos vasallos, aunque recalca sus compromisos con rigidez y sarcasmo, además de estrenar una catapulta sobre el castillo de un noble que busca rendirse, simplemente porque pagó mucho dinero por ella. Existe una disputa por la corona escocesa entre dos miembros de una casa noble: John Comyn (Callum Mulvey) y Robert Bruce (Chris Pine). Bruce, cuyo padre (James Cosmo) es ex camarada de armas del rey, inteligente, valiente, caballeroso y viudo, y cuenta con una tensa amistad con el cobarde príncipe de Gales (Billy Howle), por lo que se le concede un beneficioso matrimonio con Elizabeth de Burgh (Florence Pugh), la hija del guardián del norte, como parte de que renuncie a sus derechos a la corona de una Escocia independiente. Bruce cumple con su parte del trato y se comporta respetuosamente con su nueva esposa, pero los altos impuestos de Eduardo y la captura y ejecución del gran líder rebelde William Wallace enfurece a la población escocesa y reinicia la rebelión. Un lamentable encuentro con Comyn le trae mas problemas a Bruce, pero el apoyo de la iglesia escocesa, su familia y muchos nobles—incluyendo a James Douglas (Aaron Taylor-Johnson), cuyos derechos nobiliarios son rechazados por Eduardo—lo llevan a su coronación como rey de Escocia, a brutales represalias por parte de Inglaterra, y a una lucha al margen del combate tradicional y que antecede las guerras de guerrillas de movimientos populares previos.

McKenzie se aparta de los moldes tradicionales de la narrativa fílmica tradicional para contar  esta historia. El rey forajido se siente como una película en donde los personajes históricos actúan como personajes de su época y de su tiempo, y al mismo tiempo se sienten como seres humanos auténticos, de carne y hueso. Pocas películas ambientadas en la Edad Media me han convencido de la autenticidad de sus personajes y de sus costumbres como lo ha hecho está película. McKenzie incluye detalles históricos que rara vez se han visto: los rituales matrimoniales y de coronación, los juramentos de caballeros (que incluyen jurar por unos cisnes vivos), la algarabía de los banquetes. La escena previamente mencionada conque inicia la película consiste de una toma larga en tracking (sin cortes aparentes) de ocho minutos en los que la cámara viaje dentro y fuera de una tienda mientras se discuten asuntos políticos, se estrena la catapulta gigante y se entabla un duelo de espadas “amistoso” entre Bruce y el Príncipe de Gales. Esto no es solamente una muestra de la habilidad técnica del director, sino que establece el mundo de la película, las relaciones de los personajes y el tono naturalista de la cinta. En muchos sentidos, la película se asemeja al Macbeth de 2015, dirigido por Justin Kurzel, tanto por su destreza visual, su elección en colores y locaciones y por su retrato vivo y carnal de una lucha por el poder. Las escenas de guerra son viscerales y cruentas, maravillosas por su dinamismo feroz. La batalla final en medio de un pantano, en particular, toma las características de un sensacional cuadro histórico.

En el centro emocional de la película, tenemos a Chris Pine en una excelente interpretación como Bruce. Astuto, enigmático, sagaz e inteligente, Pine tiene la oportunidad de interpretar a un personaje fuerte y heroico, pero muy humano. La relación con su padre y su familia, asaltada por la tragedia, es un excelente anti-reflejo de la relación disfuncional y rencorosa que existe entre el sociópata e incompetente príncipe de Gales y su tirano y maquiavélico padre (Dillane, por cierto, es maravilloso y a la par de la interpretación de Patrick McGoohan en Corazón valiente, solo que mas realista y menos villano caricaturesco). Su relación con su esposa por compromiso, Elizabeth, es muy bella y demuestra el enamoramiento progresivo y orgánico que se debía forjar durante este periodo, amor que crece tanto por el respeto que se forja entre dos personas íntegras y fuertes, como por el sentido de responsabilidad para con el reino y por el cariño hacia la pequeña hija de Bruce. Florence Pugh está cosechando buenos roles desde Lady Macbeth el año pasado, y continúa con su éxitos en este papel tan conmovedor, en especial cuando Elizabeth cae en manos del enemigo y debe enfrentarse a una serie de decisiones que la ponen al límite de la devastación (y dentro de una jaula que no solo es metafórica). Aaron Taylor-Johnson es el personaje que se roba cámara con su personaje cuasi-maniático, aunque no es una figura unidimensional del guerrero vengativo y atolondrado, sino un hombre cuyo nombre y familia querida han sido rutinariamente insultados y debe de limpiar su honra con el filo de la espada.

Aunque es maravilloso tener una película como El rey forajido disponible en Netflix de manera global, lamento que no haya sido estrenada en el cine, porque es una película digna de la pantalla grande como pocas la son. Desde el punto de vista de la veracidad histórica, es superior a Corazón Valiente, y aunque considero a está última película como una de las últimas grandes películas épicas del estilo clásico y una cinta muy entretenida, El rey forajido es mejor cinta en muchos sentidos, en particular porque centra su mundo moral en la relación que existe entre familia y tierra-país, más que en el abstracto concepto muy moderno de la “libertad”. Como sea, El rey forajido es una de las mejores películas que Netflix ha distribuido y de mis favoritas del 2018. Altamente recomendada.

domingo, 23 de diciembre de 2018

NETFLIX: "Las crónicas de Navidad" ("The Christmas Chronicles", Dir. Clay Kaytis, EUA, 2018)





Las películas navideñas familiares y de buena calidad han sido escasas durante este milenio. En tiempos pasados, las fiestas decembrinas eran una temporada perfecta para contar historias sobre el espíritu de la Navidad, la bonhomía y generosidad de corazón y espíritu que crece en los corazones de las personas durante estas fechas. En estas películas, los vicios humanos, el egoísmo, la disfunción familiar y la insatisfacción personal eran disipadas o contrarrestadas por la aventuras con valiosas lecciones que facilitaban la apertura del corazón de las personas. Lamentablemente, este sub-genero en los últimos años ha sido utilizado para películas sobre familias disfuncionales cuyo sentido del humor agrio y negativo ofrecía un ponche amargo para los que buscaban una película que despertara un agradable calor en el pecho de los espectadores.

Por eso es sumamente agradable ve runa película como “Las crónicas de Navidad”, que además de ser una emocionante aventura repleta de elementos fantásticos y giros graciosos a aspectos tradicionales del folclor santa-clausino, es además una película sobre el lazo de unión que debe de existir entre hermano y hermana, y como a pesar de las diferencias de edad y de las tragedias familiares se puede salir adelante y crear una relación más afectuosa y solida.

Teddy y Kate Pierce (Judah Lewis y Darby Camp) son los hijos de una enfermera (Kimberly Williams-Paisley) y un bombero (Oliver Hudson) fallecido en la línea del deber. El padre de familia era un entusiasta de la navidad que organizaba todos los aspectos de la fiesta con tal de crear un ambiente maravilloso para su familia, por lo que tras su muerte un gran vacío existe en la casa. La avispada Kate, quien continúa la tradición de grabar los eventos navideños con la cámara de su padre, tiene una relación tensa con Teddy, quien en su rebeldía adolescente ahora se dedica a robar autos para salir de paseo con sus amigas. Cuando la madre de ambos es llamada a cubrir un turno en Nochebuena, Teddy y Pierce accidentalmente graban a Santa Clause (Kurt Russell) mientras entrega regalos y terminan subiéndose a su trineo, lo que causa una serie accidental de desperfectos que terminan dejando a los hermanos y a Santa en medio de Chicago (miles de milles de su hogar en Massachusetts) con los renos huyendo a diferentes partes y un trineo descompuesto. Santa y los niños llevan a cabo una serie de intentos para restablecer el viaje nocturno para la entrega de regalos, pues si Santa no cumple con su cometido a tiempo, el mundo se sumirá en un oscurantismo y en la desesperación. El trayecto termina siendo más difícil de lo esperado, y termina involucrando a la policía, criminales y a los elfos de Santa.

Divertida e imaginativa, “Las crónicas de Navidad” está situada en un mundo donde Santa es extremadamente real y en donde es capaz de caminar hacia cualquier individuo y preguntarle cosas específicas de su vida mientras busca ayuda para restablecer su viaje. El gran carisma de Russell es uno de los fuertes principales, pues además de ser creíble como un Santa de carácter mas super-heróico que no es obeso ni se ríe haciendo “jo jo jo”, hay un brillo en sus ojos y una bondad áspera pero genuina que son excelentes para el personaje, además de que se nota que se la está pasando a lo grande con el papel. Tan así, que parece que la película fue una reunión familiar agradable, pues en ella aparece su hijastro Oliver Hudson y otro pariente famoso en una aparición sorpresa. Los hermanos Kate y Teddy son interpretados de manera realista, y resulta conmovedor como la tragedia que ha caído en su familia ha creado dificultades en una relación que anteriormente era completamente estrecha. Ver el restablecimiento de esta relación es una cosa sumamente satisfactoria que rara vez se ve en películas navideñas contemporáneas.

Niños y adultos se divertirán con los elfos de Santa, personajes generados por computadora que hablan un idioma élfico de tono escandinavo, y cuya actitud y variedad de personalidades nos traen a la mente a los Gremlins. El toque del productor Chris Columbus está presente, no solo por la presencia de los elfos y la ambientación en Chicago, sino por las secuencias de aventura y acción emocionantes, la increíble imaginación visual que se manifiesta en el diseño de la tecnología (y magia) clausiana en el trineo y en el Polo Norte, sino también por la habilidad de contar una historia protagonizada por niños con una gran dimensión humana. Adicionalmente, una de las escenas climáticas toma lugar en la Ciudad de México y somos testigos de unas maravillosas tomas áreas a través del Zocalo y el Palacio de Gobierno.

Sin duda, “Las crónicas de Navidad” es una opción excelente para ver en las fiestas de Diciembre y una película navideña que, por primera vez en años, puedo recomendar para todas las familias.

sábado, 22 de diciembre de 2018

"The Other Side of the Wind" ("El otro lado del viento", Dir. Orson Welles, 2018)



En estos tiempos, son pocas las cosas que me causan una gran emoción, y menos en el mundo del cine. Desensibilizado a los remakes, reboots y continuaciones de franquicias queridas, mi capacidad de maravillarme se limita a cosas muy específicas. Por eso, cuando me enteré de que Netflix había comprado los derechos de la película inconclusa de Orson Welles, The Other Side of the Wind (El otro lado del viento) y que la había editado y remasterizado para que esta película (filmada atropelladamente entre 1970 y 1975, y encerrada en diversas bóvedas por cuarenta años debido a disputas legales y financieros) finalmente viera la luz del día, supe que me encontraba ante el suceso fílmico más emocionante del año. No solo se trataba de una película que tenía décadas guardada, sino que terminaría siendo el testamento final de uno de los genios más grandes del cine, de aquel artista multidisciplinario que a la edad precoz de los veintiséis años escribió, dirigió y protagonizó la película que más veces ha conseguido el poderoso mote de “la mejor película de la historia”, Citizen Kane (El ciudadano Kane, 1941). La tortuosa trayectoria artística de Welles después de aquel éxito monumental—provocada por sus choques con los estudios, por la falta de dinero y por su tendencia perfeccionista que hacía prácticamente imposible, irónicamente, concluir una película de manera que considerara satisfactoria—hace de cada película suya un diamante en bruto que resulte maravilloso de contemplar, sin importar las fisuras en la gema.

El otro lado del viento cuenta la historia de Jake Hannaford, un celebrado director de Hollywood (interpretado por el titán John Huston) quien acaba de concluir su más reciente película, “El otro lado del viento”. Iniciándose como encargado de utilería durante la época del cine mudo, Hannaford cultivó una imagen de super macho, creando cintas de gran vitalidad al tiempo que creaba un círculo de amigos y colaboradores cercanos que se dedicaban a pasatiempos Hemingwayanos como las peleas de toros, la cacería, la pesca, las parrandas alcohólicas y la seducción de mujeres. Al encontrarse en plena revolución cinematográfica por parte de la Nueva Ola Hollywoodense, Hannaford adapta su estilo y realiza una película al estilo de la contracultura y el cine europeo: visualmente atractiva, con una gramática cinematográfica dinámica, un ritmo visual envidiable y que pocos pueden ejercer como lo hace Welles (el ritmo y edición a solas son razón suficiente para ver la película), exploración de sexualidad con escenas de desnudos (cortesía de Oja Kodar, que además de ser el puente entre las dos historias de la película era la pareja de Welles y co-guionista y co-productora de la cinta), pero incoherente en su trama, con personajes superficiales y simbología fácil.

El filme de Hannaford necesita dinero para finalizarse y es durante el cumpleaños 70 de Hannaford que el director presenta su versión sin finalizar de la película en una fiesta de cumpleaños que su amiga, la actriz alemana (Lili Palmer) da en su honor en compañía de un ejercito de críticos de cine, periodistas, directores, actores, guionistas, gente de Hollywood, buscadores de fama, miembros del reparto y la producción y amigos y lambiscones. El jefe del estudio, Max David (una versión ficticia de Robert Evans interpretada por Geoffrey Land, con gafas transparentes incluidas) se muestra escéptico por la película y por la capacidad de Hannaford de completar una cinta coherente. El hecho de que Hannaford haya delegado el trabajo de explicarle la cinta a Billy Boyle (Norman Foster, director que en México realizó algunos clásicos como Santa de 1943 y El ahijado de la muerte, y quien resulta el personaje mas entrañable de la cinta) un ex niño actor que ahora es un infantil alcohólico anciano, no ayuda a la causa de Hannaford. David, exasperado, le pregunta a Boyle que si Hannaford está inventando los sucesos de la película al mismo tiempo que la está rodando. Boyle, con un gesto y tono cándido, responde “Ya lo ha hecho antes”, un comentario que parece auto-evaluación del mismo Welles sobre su carrera.

Pero Hannaford se demuestra completamente despreocupado. En su fiesta de cumpleaños en una casa hacienda afuera de la ciudad, el evento es filmado y grabado por docenas de cámaras de todo tipo y calidad, así como por grabadoras escondidas en diversas partes de la casa. Esto es producto del culto de personalidad que se ha desarrollado alrededor del director. La “Mafia de Hannaford” es un grupo que incluye a colaboradores técnicos frecuentes, compañeros de farra, biógrafos, agentes y demás individuos. Las declaraciones entre megalómanas y frívolas de Hannaford (quien declara que Dios es mujer y que, si no fuese por la diferencia de sexos, “¿como podrían distinguirme a mí de ella?”). Su adepto más leal es Brooks Otterlake (Peter Bogdanovich), un joven director que ha tenido grandes éxitos comerciales y que sabe de la vida de Hannaford que el mismo director. Otterlake es un tipo facineroso, amante de imitar a viejas estrellas de Hollywood en medio de la conversación y de decir frivolidades ingeniosas como su mentor (“Los otros son sus discípulos…yo soy el apóstol…como el cristianismo necesitaba de Pablo…”).

Pero en este festividad hay conflictos que burbujean debajo de la superficie: las presiones económicas sobre la película y sobre Hannaford y su grupo son fuertes, y el director se debate en pedirle dinero para completar la película a su “apóstol”; un gran misterio se cierne respecto a rumores de que el protagonista de la película, un joven vagabundo llamado John Dale, abandonó la película en medio de la filmación por razones misteriosas, suceso que puede poner en peligro la compleción de la película; la crítica de cine mas prestigiosa e incisiva del país, Juliette Riche (la magnífica e infravalorada Susan Strasberg, interpretando una versión de Paulina Kael, la poderosa crítica estadounidense con la que Welles sostuvo una brutal rencilla que terminó en una demanda exitosa contra Kael por líbelo) deambula por la fiesta y lanza preguntas francas sobre el valor de la obra artística de Hannaford y aspectos de la vida personal del director, como si fuese una mezcla entre una conciencia y una jueza vengativa (“Quiero saber que es lo que representa”, exclama la crítica en frustración); mientras tanto, el debate entre los nuevos directores estadounidenses (incluyendo a Dennis Hopper, Paul Mazursky y Henry Jaglom) sobre la naturaleza del nuevo cine se mantiene como parte del subtexto de la cinta.

El otro lado del viento, como vemos, es una película polifónica, con un reparto extenso en donde necesita un protagonista fijo, más que la multitud de cámaras (y camarógrafos anónimos) que de manera voyeurista graban conversaciones y momentos privados para crear un collage cinematográfico de un director que representa el antes y después del cine estadounidense, un aventurero ultra-heterosexual, rudo e individualista que secretamente en realidad sea lo opuesto a lo que su imagen indica. El concepto de la imagen es uno de los temas principales de la película, desde el diseño mismo de la manera en que la película es contada (no solo por la multitud de cámaras, sino por el hecho de que la narración inicial sea cortesía de Otterlake/Bodgadnovich, ya en su vejez, quien dice que al principio pensó en no mostrar la cinta por lo mal que se ve) hasta por las mascaras que varios de los personajes usan y terminan por quitarse. La visión de Welles sobre el cine y los que lo trabajan y estudian es pesimista, como su visión de la humanidad en sus películas de cine negro. Tanto el Hollywood viejo como el nuevo está habitado por personas dañadas, con pasados dolorosos y acciones que tienden hacía la auto-preservación. El mismo Hollywood está construido en base al robo de las tierras de los indios y los mexicanos. En una de las escenas más oscuras y dramáticas, Hannaford le obsequia a su actriz principal un cráneo de indio, que los “valientes” pioneros estadounidenses vendían como souvenirs en los años de la Fiebre del Oro. El monologo de Hannaford es una condenación histórica hacia el Destino Manifiesto, la crueldad de las fuerzas civilizatorias que arrasaron con los nativos y la esencia misma del país y de la industria del entretenimiento.

Ver El otro lado del viento es ver una película que anticipa el discurso histórico y la nostalgia que habrá sobre la década de los 70s, considerada la auténtica época del oro del cine por la libertad casi total de los “autores-directores” de realizar sus visiones con poca o nula interferencia de los ejecutivos de los estudios, y sin consideraciones a las sensibilidades del público tradicionalista. Tanto por el aspecto paródico de la cinta ficticia como por la textura visual y la riqueza naturalista de sus diálogos y actuaciones, ver El otro lado del viento es una experiencia surreal porque la cinta está comentando sobre su presente pero de una manera que parece haberse hecho con la distancia de los años, como si estuviese resumiendo o condensando el espíritu de la época en sus dos horas de duración. Ver un desfile de brillantes actores, que en su mayoría trabajaron en las dos épocas que se muestren en tensión y en conflicto (la época dorada de entre los 30s y 50s, y la Nueva Ola de los 60s y 70s) resulta uno de los aspectos más disfrutables y agridulces, en especial porque buena parte del reparto falleció sin ver metraje alguno de la película, mientras está se hacía vieja en las bóvedas. Cameron Mitchell, Mercedes McCambridge, Edmond O’Brien, Tonio Selwart y Paul Stewart son otros celebres nombres que junto con los ya mencionados Strasberg, Bogdanovich, Kodar y Foster nutren este universo hollywoodense resquebrejado, centrado ante la actuación intempestuosa de Huston, director que actua como si fuese Dios Padre para compensar sus conflictos internos sobrecogedores y sus fisuras morales.

Hay tesoros que tenemos a nuestro alcance y no nos percatamos. El otro lado del viento, película legendaria rescatada de la prisión y el olvidado, finalizada y remasterizada, es un tesoro nuevo del cine. Aunque tanto las referencias y contextos culturales e históricos son muy específicos y la riqueza de la película se acrecenta si se tiene conocimiento de estos detalles o del tipo de película que se parodia con la cinta ficticia, El otro lado del viento es una aventura que se debe emprender aún a ciegas, si tan solo para ser absorbido por su poderoso espíritu (a veces gracioso, a veces oscuro, a veces fantástico, a veces dolorosamente realista), su ritmo único y por la increíble fluidez visual de cada segundo de la cinta.



jueves, 20 de diciembre de 2018

Creed II ("Creed II: Defendiendo el legado." Dir. Steven Caple Jr., 2018)





NOTA: Tuve el gusto de ver «Creed 2» en Torrance, algo genial por dos razones: 1) La película se estrena en México hasta enero 2) Quería disfrutar el entusiasmo de los espectadores afroamericanos y no me decepcionaron. Hubo murmullos, exclamaciones de sorpresa, gente que esquivaba golpes o los lanzaba y aplausos. Les comparto mi reseña a continuación. La volveré a compartir cuando sea el estreno mexicano.
El exitoso spin-off de la saga de Rocky, Creed (Ryan Coogler, 2015), demostró que existe un público leal, sediento de ver películas sobre el “semental italiano” y buenas historias de boxeadores que surgen desde abajo para alcanzar el triunfo, sino también un público nuevo que ansía ver los triunfos, pruebas y vicisitudes de un personaje afroamericano tridimensional cuya lucha por salir adelante en el mundo del boxeo es paralela a la búsqueda de si mismo. Adonis Johnson, hijo ilegítimo del campeón de peso pesado Apollo Creed (Carl Weathers) muerto en el ring por el brutal púgil soviético Ivan Drago (Dolph Lundgren), es adoptado por la viuda de su padre, Mary-Ann (Phyllicia Rashad), entrenado por el ex rival y amigo de su padre, Rocky Balboa (Sylvester Stallone) y encuentra el amor con la bella cantante y compositora Bianca (Tessa Thompson). Su temperamento fuerte, propenso a dispararse al instante, y su nula relación con su padre muerte causaron trastabilles en su escala hacia la cima. Pero su “corazón” y la disciplina lograda lo convirtieron en uno de los grandes contendientes en el mundo del boxeo.
Ahora en Creed II (Steven Caple Jr., 2018), la suerte de Adonis se ha acrecentado. Comprometido con Bianca y dejando Filadelfia para mudarse a un lujoso apartamento en Los Ángeles (tanto para apoyar la carrera de Bianca como para estar cerca de su madre adoptiva), sus combates adicionales lo han vuelto una figura cotizada. Pero el espectro del pasado se cierne sobre el firmamento desde el otro lado del mundo. Un ambicioso y aprovechado promotor (Russell Hornsby) ha seguido la carrera del hijo de Ivan Drago, Viktor (Florian Monteanu), un hombre de estatura y fuerza tremenda que hace añicos a sus contrincantes en menos de cuatro rounds. Ivan y Viktor viven en Ucrania, años después de que Ivan ha caído en desgracia tras su derrota a manos de Rocky. Pero viendo una oportunidad de redención y de volver a conseguir el respeto del gobierno y pueblo ruso, los Drago retan a Adonis a una pelea. Adonis decide aceptarla, pero Rocky está renuente de volver a enfrentarse a los Drago en el ring. Este desacuerdo lleva a Adonis a separarse de su mentor, lo cuál lo lleva hacia un combate que cambiará su vida.
Esta trama particular (la del hijo de Creed contra el hijo de Drago) había sido esperada y vaticinada por los fans de la saga de Rocky desde que se anunció la primer película. Indudablemente, la idea contiene una alta dosis de tensión y trasfondo dramático que no se podía dejar a un lado. En cierta medida, Creed II no solo es una secuela de Rocky IV, sino que comparte paralelos con Rocky II (la vida de éxito de la nueva estrella y como la concilia con su nueva vida familiar) y Rocky III (el enfrentamiento con un contendiente de avasalladora fuerza y puños de hierro que tiene más hambre de triunfar que el héroe) y hasta mezcla elementos de todas estas cintas en la última media hora. La historia de Adonis, Bianca y su bebé es conmovedora e introduce un elemento que resultará más interesante explorar en la tercera parte. El papel de Adonis como padre, siendo un hijo de madre soltera, es representado con sutileza y consideración: la idea de un hombre que no tuvo padre y que ahora debe de asumir una responsabilidad que nunca aprendió de primera mano es un factor generacional en buena parte de la cultura afroamericana. La relación postiza entre padre e hijo con Rocky es el pilar emocional de la película en este sentido, junto con la relación con las dos mujeres más importantes en la vida de Adonis. Pero sin duda, la sorpresa mas grata es el replanteamiento de Ivan Drago 33 años después de su aparición en el cine. Lejos de ser la figura temible de más de dos metros, fría y estoica, Ivan Drago, encogido por la edad y las penurias, es un hombre alimentado por el resentimiento de haber alcanzado la gloria para después perderla y ser desechado por su país una vez que su utilidad como herramienta propagandística terminó. El abandono de su esposa lo obligo a criar a su hijo en el exilio, enseñándole lo único que lo podía convertir en sobreviviente: sus puños. La escena en la que confronta a Rocky en su restaurante, aunque breve y lacónica, está cargada de tensión, de frustración, rencor y de deudas pendientes entre ambos hombres. Es una escena instantáneamente clásica.
Steven Caple Jr. Recogió la batuta de Coogler (quien no pudo dirigir está película por dedicarse a Black Panther) y lo hizo con la misma capacidad profesional de su predecesor. Sus escenas dramáticas dejan “respirar” a los personajes y se sientan realistas y de profundidad humana. Las escenas de combate contienen el mismo factor visceral de la película previa: tan celebre como el combate filmado (aparentemente) en una sola toma de la primera película resulta el enfrentamiento en dos actos entre Adonis y Viktor. La cámara funciona como referí y en ocasiones se enfoca en la persona que recibe los golpes. Resultará difícil que el espectador no haga movimientos para esquivar los jabs y ganchos (voluntaria e involuntariamente). La climática escena de entrenamiento es tan repleta de adrenalina y entusiasmo como en las otras películas. Y mención aparte merece la banda sonora de le película que, además de citar algunas de las canciones mas memorables de la saga de Rocky, tiene canciones espectaculares que le dan vida a todas les escenas. La escena en donde Adonis entra al escenario en el combate final, acompañado por su esposa quien canta una canción con gran estilo, es la mejor entrada de un boxeador que he visto en el cine o en la vida real.
Creed II es una excelente séquela a la primer película y una cinta perfecta para ver en compañía de los seres queridos. Además de continuar satisfactoriamente con la historia de personajes clásicos y entrañables, ofrece el drama, la emoción y el sentimiento de una historia humana sobre la reconciliación entre la familia y con uno mismo. Por el gran corazón que demuestra la película, digna de sus héroes del ring, disfrútenla con su familia.

sábado, 6 de octubre de 2018

ESTRENOS: "A Simple Favor" ("Un pequeño favor", Dir. Paul Feig, EUA, 2018)








Hay películas que me pegan en algunos cuadrantes personales. “Un pequeño favor” es una de esas películas. Una película de misterio y suspenso que evoca las películas de esos géneros de los 50, 60 y 70s con su banda sonora de divertidas canciones francesas, con su increíble moda femenina, su colorida fotografía y diseño de producción, es una película que, estéticamente, fue hecha para mi disfrute. La diferencia es que la historia toma lugar en nuestros tiempos de v-logs, mamás disfuncionales y redes sociales que sirven de testigos para los casos más extraordinarios.

Stephanie Sommers (Anna Kendrick) es una hiperactiva, optimista y hacendosa madre viuda que cuida de su pequeño hijo cuya vida cambia cuando conoce a Emily (Blake Lively), la glamurosa e intransigente directora de relaciones públicas de un reconocido diseñador de modas. Emily está casada con Sean (Henry Golding), maestro universitario que publicó una conocida novela hace años, y se siente asfixiada por su necesidad de mudarse hacia otra parte, pero incapaz de hacerlo debido a que su lujosa casa se vendería por menos de lo que fue comprada. Stephanie ofrece un aliciente con su compañía y su cuidado del hijo de la pareja, y eventualmente la confianza se acrecienta de manera exponencial, hasta que un día Emily desaparece por varios días. Su paradero desata la búsqueda (y testimonio por internet) de Stephanie que busca rescatar a su mejor amiga, al tiempo que se encuentra envuelta en un torbellino emocional de su propia creación.

“Un pequeño favor” tiene más giros de tuerca que en un trabajo de carpintería y lo mejor es ver la película sin saber mucho al respecto. Muchas sorpresas aguardan a los espectadores y el guión es ágil y contiene muchas sutilezas temáticas en sus diálogos y elementos visuales.  Paul Feig, reconocido por sus comedias (“Espía”, “Damas en guerra”, “Las cazafantasmas”) tiene una mano y habilidad segura en esta película, en especial en los momentos dramáticos, y demuestra que es capaz de trabajar en una multitud de géneros.  Las actuaciones de Kendrick y Lively son excelentes, y Kendrick en particular ejecuta un trabajo actoral difícil, porque aunque su personaje es una chispa alegre constante cuyo carisma relumbra en la pantalla, también tiene un lado oscuro y unos secretos escabrosos que resultan sorpresivos pero no incongruentes con su personaje. Lively también maneja aspectos variados y bipolares, de una manera diferente a la de Kendrick, pero aún bastante efectiva.

Solo unos leves tropiezos al final de la película en materia de la cantidad de revelaciones que ocurren de manera acelerada y unos diálogos cuyo tono corresponde más al estilo de las comedias de Feig y desentonan un poco con el resto de la película, así como elementos de carácter personal en cuanto al disfrute de la cinta, evitan que le dé un 10 redondo a “Un pequeño favor”, pero es sin duda una de las mejores películas que he visto en lo que va del año, no solo por lo divertido del guión, las actuaciones o por el goce estético o de género, sino porque, dentro del marasmo narrativo, existen algunos cuestionamientos interesantes sobre la sociedad en la que vivimos: ¿Cuál es el fin último de los actos radicales que a veces tomamos para, muy entre comillas, “mejorar”? ¿Es cierto que disculparse no tiene cabida en la vida de uno simplemente porque se usa de manera reflexiva y no solo en momentos donde pedir perdón se requiere? ¿Justificar los actos de uno porque se hacen “por los hijos” no es más que una especie de licencia para cometer actos inmorales? La velocidad de giros y misterios revelados tal vez sea muy rápida para percibir que estas preguntas son planteadas, pero como en todo buen thriller doméstico, estas cuestiones están ahí para ser descubiertas por los espectadores más avezados y con personalidad de investigadores.

lunes, 3 de septiembre de 2018

ESTRENOS: La 4ta Compañía (Dir. Mitzi Vanessa Arreola y Armín Galván Cervera, México, 2018)



Filmada en 2015, estrenada en festivales en 2016, supuestamente lista para estrenarse es 2017, es gracias a Netflix que finalmente se estrena "La Cuarta Compañía", drama carcelario basado en escabrosos hechos reales de las crudas páginas de la política judicial mexicana. Ambientada hacia finales del sexenio de López Portillo y principios del sexenio de De la Madrid, la película retrata la vida y obra de "La Cuarta Compañía", un grupo de reos que servían como el escuadrón extra-judicial de la administración de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla en la Ciudad de México. La Compañía también cometía atracos de bancos y automóviles bajo las ordenes del temible General "El Negro" Durazo (interpretado, con un parecido de miedo, por Josepho Rodríguez), director de Policía y Tránsito, y gozaba de privilegios inauditos, como la administración de un casino dentro de la penitenciaría y fiestas en la vecina cárcel de mujeres. Apoyados por el director de la penitenciaría, el General Antolín, y dos miembros importantes de la administración carcelaria, el coronel Chaparro (el maravilloso Manuel Ojeda, uno de mis actores favoritos, brillante como siempre) y el licenciado "Florecita" (Darío T. Pie, una revelación), la Cuarta Compañía también estaba componía el equipo de futbol americano de la cárcel, "Los perros", que sirvieron como instrumento de propaganda política como seña de que el uso de los deportes en la penitenciaría era señal de readaptación social.
Al principio, la película se focaliza a través de la perspectiva de Zambrano (Adrián Ladrón), un joven que por circunstancias adversas terminó convirtiéndose en ladrón experto en automóviles. Una vez trasladado a Santa Martha, trata de unirse al equipo de los Perros, pero debe pasar por duras pruebas, torturas monstruosas típicas de las cárceles nacionales y muchos otros conflictos. La perspectiva de Zambrano se diluye y ocurren una serie de elementos narrativos de naturaleza muy elíptica (un mal narrativo que aqueja mucho al cine mexicano desde hace décadas) que causan confusión y que deben de ser interpretados tomando en cuenta mucho contexto histórico. Sin embargo y a pesar de esta falla estructural, la película es un retrato vivo y realista (y no excesivamente, crudo) de uno de los períodos más desagradables y tragicómicos de la historia mexicana moderna. El reino de terror de las corporaciones policiacas encuentra su reflejo en el grupo de criminales de la Compañía. Guerrilleros, pandilleros, asesinos, ladrones y hombres auto-proclamados inocentes de toda culpa son retratados con simpatía, siendo los mejores Palafox (Hernán Mendoza) y Quinto (Gabino Rodríguez), así como Don Burrero (Raymundo Reyes Moreno), un anciano que lleva 48 años en cárcel y que carga con todo el peso de su condena.
De la ola de películas basadas en hechos criminales reales que van de la década, "La Cuarta Compañía" se encuentra entre las mejores. La recreación del espacio carcelario y de la época es efectiva, además de que hay escenas muy bien logradas, como la recreación del legendario escape por helicóptero del prisionero estadounidense David Kaplan. Las escenas de tensión entre los criminales y los inevitables saldos de cuenta, elemento importante para las películas de crimen organizado, son bastante efectivas.
Quizás no es un gran misterio el hecho de que, aún en tiempos de la "alternancia" y el nuevo PRI, "La Cuarta Compañía" no haya sido estrenado en cine como se tenía planeado y como merecía. Sin embargo, salió mejor para todos el tener acceso directo y más general en Netflix, para que todos conozcan las crudas verdades del bajo mundo judicial.

sábado, 1 de septiembre de 2018

ESTRENO: Alfa (Alpha, Albert Hughes, 2018, EUA)




"Alfa" cuenta la historia de Keda, el joven e inexperto hijo de Tau, líder de una tribu en la Europa paleolítica, hace 20,000 años. Durante su primer excursión de casa, Keda es lanzado por un acantilado por un bisón herido y su padre y los miembros de la tribu piensan que ha muerto. Sin embargo, Keda está vivo, pero con un pie roto. Es perseguido por una manada de lobos y hiere a uno de ellos con su puñal. Cuando los lobos se van y él tiene oportunidad de seguir su camino, se compadece del lobo herido y se lo lleva consigo. Con el paso de los días, el lobo herido y el muchacho de pie roto poco a poco comienzan a crear una relación de beneficio mutuo y a forjar lo que terminará siendo la primer relación entre hombre y lobo, predecesora de la relación de hombre y perro.

Alfa es una película de aventura pura, ambientada en una época desaprovechada de la narrativa fílmica. Eso en sí le daría un valor especial. Pero además, tiene una temática fascinante contada con sutileza, madurez y una combinación perfecta de rudeza y sentimiento. Albert Hughes se explaya visualmente con esta cinta, recreando un mundo natural ya perdido, equilibrando la belleza de la tierra con la crueldad impune de la naturaleza y de las relaciones depredador-presa por la que pasan animales y hombres. Este equilibrio se refleja en su representación de las tribus paleolíticas, que aunque diferentes al hombre moderno dado su naturaleza más ruda y agreste, tienen ya las características de unidad familiar, responsabilidad comunitaria, valor y afecto. El sistema religiosa y tribal es obviamente especulativo, pero tiene la verosimilitud necesaria.

La película más que nada refleja la amistad entre Keda y su compañero, Alfa, y esa es la razón principal por la que vale para ver la película. La amistad entre hombre y perro es una con la que muchos nos identificamos y que siempre nos emociona ver en pantalla. Esta película nos ofrece una representación de un evento posible, la historia épica del origen de ese lazo tan fuerte que ha perdurado por miles y miles de años.

"Alfa" es otra mas de esas películas que me gustaría ver con frecuencia en el cine: películas de aventuras de lugares y tiempos desconocidos, pero que cuentan cosas que resuenan con nuestra experiencia. Y verla en el cine lo amerita. Véanla, y ojala pudieran contrabandear a sus amigos canes para que los abracen durante la cinta.

NOTA: Yo la vi en español, porque solamente ese horario estaba disponible en el cine de mi casa, pero en inglés el idioma que usan uno ficticio. Me perdí de ver eso, pero se los menciono para que sepan que el lenguaje de los personajes no es uno moderno, y los diálogos son tan básicos como debieron haber sido las conversaciones de esas personas, así que el idioma aquí es irrelevante, creo yo.

lunes, 7 de mayo de 2018

RECOMENDACIONES DE NETFLIX: "Small Town Crimes" (2018) y "Shot Caller" ("El maestro del crimen", 2017)




Les recomiendo dos películas de crimen que  se encuentran disponibles en Netflix. “Shot Caller” (“El maestro del crimen”) es una película que se estrenó el año pasado y ha adquirido un gran seguimiento a pesar de poca publicidad, mientras que “Small Town Crime” se estrenó en enero de este año.


“Small Town Crime” (Eshom e Ian Nelms, 2018) es la historia de Mike Kendall, un alcohólico policía de una ciudad pequeña que fue despedido tras un trágico incidente. Perdido en un ciclo eterno de alcoholismo, su suerte cambia cuando rescata a una joven a la que encuentra atropellada en la carretera. Kendall entonces cambia su nombre a Jack Winter y ofrece sus servicios como investigador privado al abuelo rico de la joven, eventualmente revelando una conspiración de extorsión y asesinato que termina por amenazar a la familia de Kendall. “Small Town Crime” contiene un humor irónico y la atinada decisión de tratar cada momento y giro de tuerca de manera realista. La actuación protagónica del siempre confiable John Hawkes nos revela un hombre decente aprisionado por su adicción y sus malas decisiones. Un buen reparto que incluye a Octavia Spencer, Anthony Anderson, Clifton Collins Jr. y Robert Forster, la ágil dirección de los hermanos Nelms (los tiroteos son eficientes y realistas) y un buen soundtrack aderezan esta entretenida historia de un detective privado de pueblo chico.

Por otra parte, “Shot Caller” (Ric Roman Waugh) narra la desafortunada historia de Jacob Harlon (Nikolaj Coster-Waldau), un inversionista bancario que es enviado a prisión tras un desafortunado accidente que le cobra la vida a su mejor amigo. Advertido por su abogado de que en la cárcel debe darse a respetar desde el primer momento, la determinación e instinto de supervivencia de Harlon lo obligan a unirse a una temible pandilla afiliada a la Hermandad Aria. La historia está narrada en dos líneas de tiempo: una que cuenta la transformación del blandengue banquero en un pandillero temible, y la otra situada en los días después de su liberación de la cárcel, plenamente transformado en el musculoso, tatuado y despiadado “Money”.  El trabajo de Coster-Waldau es excelente, hábilmente mostrando la transformación de su personaje, quien decide entrar de lleno en el bajo mundo criminal con tal de proteger a su familia, con la que decide cortar relaciones para que puedan seguir adelante. Aunque hay elementos de la película que no son contados de manera completamente clara, y algunos detalles sobre la personalidad de Harlon no son exploradas de manera propiamente profunda, “Shot Caller” es, aun así, una película intensa de la que no se puede despegar y que contiene escenas de violencia brutal que cortan el aliento. “Shot Caller” tiene buenas similitudes con “Breaking Bad” y la excelente “Brawl In Cell Block 99”, y con está conforma una buena dupla de películas sobre el infierno penitenciario en Estados Unidos y las circunstancias burlonamente trágicas que orillan a hombres decentes e inteligentes a convertirse en villanos. Lake Bell, Jon Bernthal , Emory Cohen y otros completan un sólido reparto secundario.


jueves, 15 de marzo de 2018

The Death of Stalin ("La muerte de Stalin", Armand Ianucci, 2017, Reino Unido)





El totalitarismo por naturaleza se presta a la comedia del absurdo. En un sistema autocrático, la realidad se ajusta a la voluntad del dictador y su régimen, por lo que la alteración de la historia, los protocolos represores, la construcción de una sociedad de delatores y la tensión diaria y constante de cometer alguna falta, por pequeña y absurda que parezca, que le cueste la vida o la libertad al "infractor" son elementos que han sido explorados y explotados por escritores y comediantes desde la antigüedad hasta nuestros días. El régimen soviético bajo Stalin es, quizás, el más efectivo y característico de este tipo de sistema autocrático, sembrador de paranoia y manipulador de realidades. Armando Ianucci, el brillante libretista de la comedia política actual, gracias a las series The Thick of It and Veep, y la película In the Loop, recrea las convulsiones políticas que acontecieron tras la muerte del Hombre de Hierro en su brillante película La muerte de Stalin, una de las mejores comedias de la década.

Es 1953 y gracias al siniestro jefe de la policía secreta, Lavrenti Beria (Simon Russell Beale) y a una atmosfera de paranoia constante, Stalin (Adrian McLoughin) domina las vidas y voluntades de toda la Unión Soviética. Los principales miembros de la junta directiva del partido (o Politburó) en ese momento son Beria, el secretario del partido comunista Nikita Khrushchev  (Steve Buscemi), el asistente director del comité Georgy Malenkov (Jeffrey Tambor) y el secretario de relaciones extranjeras Vyacheslav Molotov (Michael Palin). Estos hombres mantienen una relación de servilismo hacia el dictador, quien, por sus pistolas, los reúne en juntas a altas horas de la madrugada en su dacha (casa de campo) y prácticamente les ordena a que se queden a ver una película de vaqueros, aun cuando estén cabeceándose y el mismo Stalin este trabajando en su oficina. Khrushchev , como ritual de todas las noches, le cuenta a su esposa cuales fueron los mejores chistes que divirtieron a Stalin, para saber que decir o que omitir en próximas reuniones.

Stalin sufre una hemorragia cerebral tras leer una nota de la pianista Maria Yudina (Olga Kurylenko), quien lo condena por sus crímenes y traición a Rusia. El Politburó, a través de una acrobacia mental impresionante, dilata en atender medicamente a su líder, esperando su próxima muerte. El hecho de que los mejores doctores de Rusia actualmente se encuentren en los gulags debido a un supuesto complot por parte de la comunidad médica facilita las cosas. Ni tardos ni perezosos, los líderes rusos comienzan sus maquinaciones politicas. Beria cancela la última lista de la purga estalinista y establece nuevas reformas, para furia del auténtico "reformador", Khrushchev , quien ahora debe convencer a sus compañeros del Politburó de apoyarlo a él para destruir la influencia del sádico Beria. Malenkov, por su parte, asume la presidencia del Politburo y se convierte en títere de Beria, ya que es un hombre incompetente, vanidoso, neurótico y torpe en todos los aspectos, más preocupado en conseguir la mejor ropa para los eventos y fotografías oficiales, o en encontrar a una niña que apareció con Stalin durante un evento público hace años para así demostrar "continuidad". Mientras tanto, los hijos de Stalin, la devota y sobria Svetlana (Andrea Riseborough) y el paranoico, tonto y alcohólico Vasily (Rupert Friend), son reconfortados o controlados por los demás hombres. Y todo esto acontece antes de la llegada del mariscal Zhukov (Jason Isaacs), el líder el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, osado y lleno de confianza en sí mismo, y ansioso por pelear con quien sea.

Ianucci comprime una serie de eventos que acontecieron a lo largo de unos meses, haciendo que la acción narrativa suceda en cuestión de días. Esto no es solo una libertad dramática, pero un recurso que formaliza a La muerte de Stalin como una comedia de errores, una farsa hilarante. Los políticos soviéticos traman y maniobran con rapidez y agilidad, pero con mucha torpeza de por medio. Ianucci es un maestro de la sátira política principalmente porque desnuda los protocolos y los maquillajes institucionales para demostrar cómo el mundo de la política es como cualquier otro ambiente de competencia laboral, con seres humanos repletos de vicios y mezquindades, deseosos de alcanzar el poder para salvaguardar intereses, sin importarles el destino de la ciudadanía. Los diálogos de Ianucci son celebres porque son brutales, ásperos, concisos e hilarantes. Sus personajes son artistas de la grosería, pues espetan frases tajantes que son puntualizadas con creativos insultos o usos certeros de las palabras altisonantes. 

El mundo del autoritarismo soviético es un mundo carnavalesco. Bajtín, víctima de Stalin, debió tener muy presente a Stalin y compañía cuando formalizo sus teorías. Ianucci hace una representación perfecta de esta sociedad terrorífica. No minimiza las ejecuciones en masa, ni los arrestos colectivos, ni la alteración de la historia, ni la represión de la libertad individual y colectiva: hay tintes de humor macabro en estos momentos, pero estos son tratados con el debido respeto. Pero la violencia y la opresión son parte del mundo bufonesco que se ha construido en esta sociedad. La muerte de Stalin demuestra un brillante trabajo de transliteración: para empezar, los actores (ingleses y estadounidenses) no adoptan acentos rusos, sino que preservan sus acentos nativos (o, en el caso de Isaacs, adopta la variante regional de Yorkshire para su personaje) y esto contribuye a la misma construcción de sus personajes: el acento neoyorkino en Buscemi apoya su caracterización de Khrushchev  como un astuto manipulador que sabe improvisar ante las circunstancias, y ese mismo acento le da a Tambor su característica personalidad de neurótico intransigente, de un hombre que quiere dominar, pero siempre se encuentra a punto de desmoronarse. La transliteración de la película también acerca más al espectador a los eventos de la película y a la psicología de los personajes: sus diálogos, de carácter británico-americano contemporáneo, no solo son la principal herramienta humorística, sino que posibilitan un mejor entendimiento del momento histórico que muchas películas de época más "serias". La muerte de Stalin es, entonces, reconstrucción de una época, sátira política y parodia del drama histórico moderno.

La película es una joya de la comedia. Existen demasiados ejemplos para mencionar, pero vale la pena señalar ciertos elementos específicos: el elemento Pythonesco de la película es reforzado por la presencia del maravilloso Michael Palin, como el veterano Molotov, quien ha adquirido una cobardía pragmática frente a Stalin, al grado que sigue creyendo que su esposa es una traidora al régimen, a pesar de las aclaraciones de Beria y Khrushchev ; Palin también emite un monologo que es un brillante ejemplo del "doblepensar" que Orwell señaló como marca esencial del totalitarismo en muchas de sus obras, incluyendo 1984. Los artilugios de Buscemi como Khrushchev  incluyen truncos intentos de cambiar de posición con Malenkov mientras velan a Stalin, pretendiendo que es parte de la ceremonia, una buena representación del humor carnavalesco y desacralizado de la película; otros secretarios del Politburó hacen piruetas similares y una buena parte del humor es como las amenazas explícitas de asesinato en ocasiones tratan de taparse como si fuesen sencillos reclamos entre "camaradas".

La muerte de Stalin es la comedia más completa que he visto de 2017, y de muchos años previos. El lado oscuro del mundo representado en la cinta siempre está presente, y el final de la trama es un momento macabro y aterrador que culmina en súplicas tremendas y ejecuciones sumarias. Pero aún ese momento final es una extensión natural de la comedia del estalinismo que Ianucci y sus actores han representado brillantemente. En los tiempos actuales somos testigos diarios de un circo-carnaval con tintes autoritarios que lo mismo ultraja que causa risa o incredulidad. La muerte de Stalin no es entonces solo una comedia negra, sino un espejo hacia al pesado con chistes contados entre balas y desapariciones.